Hace más de 2.500 años Siddharta
Gautama, El Buda, señalo las tres raíces de la maldad y sufrimiento humano que
afectan nuestras vidas y a la sociedad: la codicia, el odio y la ignorancia.
Estos tres estados, abarcan el amplio rango de la maldad en su menor o mayor
intensidad y se expresan desde la más débil a la más fuerte manifestación en palabra
o en acción. La codicia es un estado de carencia, necesidad o deseo, siempre
buscando satisfacción duradera, pero como su impulso es inherentemente
insaciable, en tanto perdura y obtiene posesiones, conserva su condición de
carencia, pues el apetito voraz nunca se sacia. La corrupción y la ambición por
el dinero fácil a cualquier precio, ilustran este estado; así como la
competencia que pasa por encima del otro en busca de fama y prestigio. El odio
en todos sus matices, es un estado de insatisfacción. Surge como respuesta
hacia personas o circunstancias indeseadas y su verdadero origen es subjetivo y
por tanto interno, principalmente debido a un deseo frustrado o al orgullo
herido. La psicología budista extiende el rango del odio más allá de la ira y
la rivalidad para incluir una serie de emociones negativas tales como:
abatimiento, desilusión, ansiedad, desespero, que toman representación en
equivocadas actuaciones humanas causantes de daño que recrean la expresión del odio,
siendo tan nocivo para la víctima como para el victimario. Las luchas raciales,
el desprecio por las minorías étnicas o por personas con orientación sexual diferente
a la nuestra, feminicidio y violencia de género son una evidente expresión de los crímenes de
odio. También explica lo anterior, la polarización social y política frente a un tema de beneficio común
como es la paz, quizás la situación actual más contradictoria por la que
atraviesa Colombia, en la antesala de un plebiscito para refrendar unos
acuerdos de paz. Subyace a esta contradicción un componente de rivalidad, agresión y desacuerdo político
ante el gobierno de turno, que pareciera que se le quisiera castigar con un no. Aparte de las divergencias,
discrepancias y disentimientos que tienen toda validez, en el caso particular de decir no a unos acuerdos de paz, para poner fin a un conflicto armado frente al cual no hay un consenso nacional que
determine cuándo comenzó, dadas las formas y giros que ha tomado a lo largo de
la historia y ante lo cual lo único claro, es que hemos vivido en un país que
no ha conocido la paz, sería un castigo a nosotros mismos. La ignorancia no
hace referencia a la mera falta de conocimiento, es un espejismo en el cual se
refleja el ego altivo en un estado de confusión, aturdimiento y desdén, fomentando el dogmatismo que adopta
un carácter fanático y obsesivo que encapsula y hace rígida la mente. El
apasionamiento ideológico y político, la
reverencia y admiración desmedida a sus líderes, hacen perder
de vista el horizonte que encamina al bien, que el mismo Buda señala como los
opuestos a las raíces del mal: no codicia, no odio y no ignorancia y, en su
lugar, dan cabida a la intolerancia, desarmonía y la división. En las
pinturas tibetanas se describen como el eje de la rueda de la vida y son
representadas por el gallo, la serpiente y el cerdo respectivamente, dando vueltas y
vueltas tratando de cogerse cada uno la cola. Se caracterizan por una marcada
interdependencia. La acción de una alienta y refina el accionar de las otras.
La raíz de la codicia da cabida al resentimiento a la ira y el odio contra
quien ha obstruido la gratificación del deseo o compite en la carrera por
alcanzar el objetivo deseado, sea este, poder, dominio o fama. La codicia
conlleva al desacuerdo, el conflicto, la
enemistad y a la pelea. Su finalidad es
dar origen a la crueldad, el dolor y el sufrimiento. Buda hace referencia a ellas, como la causa del desenfrenado uso
del poder por parte de gobernantes, falsa propaganda y calumnia contra quienes
se consideran enemigos. Estas situaciones de opresión y violencia mencionadas
por él, más de dos milenios atrás, son de notable vigencia, que llevan además, a la reflexión para reconocer estas raíces en
nuestras vidas, en la sociedad y en nuestra interacción con los demás . A lo
largo de la historia se observa que los líderes buscando el apoyo de las masas
encuentran más fácil unir a las personas a través del odio generalizado que
divide y polariza que de la benevolencia. Esta ha sido la característica de la
historia nuestra, que hasta el día de hoy ante un derecho como a vivir en paz,
hay discrepancia y discordia ante unos acuerdos que permiten comenzar a
materializarla. Es como si la paz se viera tan ajena y nos sintiéramos indignos de ella, que se
ha naturalizado vivir en medio del odio
y de la guerra y se ha banalizado el mal como forma de vida, dando cabida a la
indiferencia e indolencia frente al sufrimiento de las víctimas de la guerra y, por nuestra parte, a no sentirnos merecedores de darnos la oportunidad de tomar el riesgo de vivir en armonía.
En un mundo agobiado por la dispersión y la distracción por las cosas externas, cada vez el desconocimiento y la lejanía entre nosotros mismos se hacen más grandes. Para acortar esta brecha, propongo acciones terapéuticas y meditativas que permitan controlar y reducir la tristeza, el sufrimiento, la carencia de sentido de vida, la ansiedad, el miedo, la soledad y el estrés, emociones comúnmente experimentadas cuando se está fuera del centro de uno mismo. Aprender a observarnos, es la entrada hacía la esencia de nosotros mismos. La interrelación entre mente y materia que observamos a través de la atención a las sensaciones que experimentamos en el cuerpo nos pone en contacto con nuestra conciencia corporal que permite conocernos y tomar cuidado de nosotros mismos. La observación ecuánime de la mente y los contenidos mentales, facilita romper la circularidad repetitiva de pensamientos y la fatigante acción de pensar continuamente en lo que ya hemos pensado hasta la saciedad, negando
Comentarios
Publicar un comentario