La ansiedad es una característica ontológica propia de la condición humana, arraigada en el hecho de existir, de ser, de estar en el mundo. Ser, implica la conciencia de la finitud de la existencia y de los retos inherentes a darle sentido a una vida temporal, rodeada de contingencias e incertidumbres que no están a nuestro alcance resolver. La ansiedad entonces, no es algo que "uno tenga", sino algo que "uno es". Por el contrario, la ansiedad patológica surge cuando se niegan o se distorsionan de manera deliberada o no, los contenidos de esta ansiedad básica. Lo anterior, conlleva a la creación de conflictos entre elementos estructurales de la personalidad y la forma como son entendidas y sentidas las experiencias de vida. Subyace a los conflictos, el temor, la rabia, el sufrimiento, la soledad, la culpa, el desespero, la tristeza, el miedo a ser, tornándose la persona en contra de sí misma, ante su incapacidad para reconocerse y aceptar la angustia fundamental de ser y estar en un mundo finito. Como es una forma "antinatural" de hacerle frente a la vida, el ser que se siente distorsionado o negado se manifiesta en forma de signos y síntomas para que sea reconocido y actualizado y poder dar expresión a potencialidades y formas de ser que la ansiedad patológica no permite que emerjan. Heiddeger, habla del "olvido de ser" y "la atención para ser", concepto que ilustra el ser inconscientes o artífices de nuestra propia distorsión como resguardo a las "incomodidades de la existencia", o atentos a reconocer lo que implica vivir y lo que somos. La mente y el cuerpo son los medios al alcance para expresar en lenguajes oscuros y sensaciones displacenteras lo que ha sido reprimido o desfigurado. Un ataque de ansiedad o de pánico es el nombre que se le da a éstas expresiones. La mente se expresa de forma negativa y catastrófica y las sensaciones de malestar sentidas en el cuerpo se registran en la mente y comienza un círculo sin fin en el que el miedo se nutre del miedo y los intentos para evitarlo, no son más que estímulos para fortalecerlo. Un ataque de pánico es un llamado para ponerle la cara al miedo para no temerle, y poder de manera atenta y sin distorsiones escuchar lo que la mente dice y el cuerpo siente. La angustia ontológica no se cura. Es como asir el viento. Pretender hacerlo es negar la fuente básica de donde se encuentra la respuesta a la angustia patológica. Hay que entender los síntomas físicos del ataque de pánico como un sistema de alerta que incita a un cambio respecto a una manera de sentir y pensar acerca de lo que somos, nos ha pasado, nos pasa y nos puede pasar. Son un llamado a ver las cosas tal como son. Aunque el temor experimentado durante el ataque de angustia es real, vale la pena considerar la estrategia encubierta para descomponerlo en sus partes para conocerlo. La mente por alguna razón (quizás por presiones y tristezas acumulados, despertar espiritual, algún trauma no resuelto o una experiencia agobiante ) responde con toda una serie de imágenes o escenarios catastróficos, con la idea encubierta de protección frente a eventos que pueden causar daño. Ideas de escape, huida, protección, entran en escena ante los mensajes de horror que la mente envía. Estos mensajes, producen emociones de agobio que luego se convierten en sensaciones de incomodidad y desconcierto. En un plano de realidad, ellos son inocuos, pero durante el episodio se sienten como verdaderos. Una terapia que permita valorar los contenidos de la angustia, acompañada de relajación y meditación es de ayuda para que la persona acomode las piezas de su rompecabezas mental y emocional, de suerte que encajen donde solo ella sabe deben estar.
En un mundo agobiado por la dispersión y la distracción por las cosas externas, cada vez el desconocimiento y la lejanía entre nosotros mismos se hacen más grandes. Para acortar esta brecha, propongo acciones terapéuticas y meditativas que permitan controlar y reducir la tristeza, el sufrimiento, la carencia de sentido de vida, la ansiedad, el miedo, la soledad y el estrés, emociones comúnmente experimentadas cuando se está fuera del centro de uno mismo. Aprender a observarnos, es la entrada hacía la esencia de nosotros mismos. La interrelación entre mente y materia que observamos a través de la atención a las sensaciones que experimentamos en el cuerpo nos pone en contacto con nuestra conciencia corporal que permite conocernos y tomar cuidado de nosotros mismos. La observación ecuánime de la mente y los contenidos mentales, facilita romper la circularidad repetitiva de pensamientos y la fatigante acción de pensar continuamente en lo que ya hemos pensado hasta la saciedad, negando
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