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REFRESCA TU SED DE RESENTIMIENTO

El perdón entraña  complejidades que hace necesaria reflexiones individuales  en al menos tres de sus expresiones a que se da lugar: el perdón  de la víctima al victimario, el perdón del victimario a la víctima y, el perdón por parte de la sociedad civil al victimario. Intento aproximarme en este escrito al  proceso individual al que se ve abocada la víctima cuando se encamina a aceptar el perdón, y a despojarse  en consecuencia, de sentimientos de odio, rencor y venganza que amargan sus existencia, sin que lo anterior este necesariamente  condicionado al reconocimiento del daño y al arrepentimiento por parte del victimario. Es decir, como acto íntimo de si mismo para si mismo, que luego se hace manifiesto en la convivencia. Encaminarse hacia este acto liberador, es adentrarse en primera instancia en un terreno farragoso hacia el encuentro con  el odio, el rencor, la ira o sentimientos de venganza, lo cual por paradójico que parezca, son indicadores positivos que  hacen evidente a la persona  misma que, su subjetividad y su dignidad humana han sido violentadas, para comenzar desde allí su reconstrucción y crecimiento como persona.  Es darle toda la dimensión al impacto que ha tenido para su vida el acto violento, es traerlo a la memoria para poder entenderlo. Acción opuesta a la represión o negación, que por el contrario, devienen en un conflicto adicional que, en nada allana el camino a la experiencia liberadora del perdón. Enfrentar estos sentimientos permite que la persona conozca el contenido de los mismos, lo que para ella representan y, en que medida han tocado su condición humana para poder transmutarlos. Desde luego, no es un proceso ni fácil ni rápido, requiere de valor y coraje para reconocerse como persona que odia y por tanto capaz de  identificar que cosecha desde el odio para su vida y, de esta manera determinar lo que pierde cuando permanece en ese estado emocional. En términos de Wilber, sería liberarse del ego, en la medida que lo  integra a la sombra y a la persona, para trascenderlo. Llegaría entonces  a sopesar que tras su dolor y ofensa como víctima, se está infringiendo ella misma otra pesada carga que le impide ver al agresor sin sus proyecciones ni a través de su máscara. Sería desde este estadio donde la empatía podría tomar curso para ubicar cognitiva y emocionalmente al agresor, y por otro lado,  daría cabida a una apuesta ética por la posibilidad de transformación y de conversión al bien de aquel que ha cometido el mal. Desde acá, podría el perdón comenzar a irradiar sus efectos sanadores, emergiendo el amor -no como desvirtuado estereotipo social- sino como el fundamento de las relaciones humanas, donde se produce la aceptación  del otro. Maturana, señala que "el amor es la emoción que constituye el dominio de conductas donde se da la operacionalidad de la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia". Morin, por su parte añade: "es una apuesta ética; es una apuesta por la regeneración de quien ha fallado o faltado". Cuando se acepta al otro, con sus errores, ideología contraria a la propia, es cuando se puede decir realmente que  se acepta el otro sin críticas ni máscaras. De otro lado, Sri Sri Ravi Schankar, plantea: "No los ames. Simplemente acéptalos. Primero acepta y luego ve al culpable no como culpable sino como víctima que no tuvo la sabiduría para hacer lo que hizo". Aceptar al otro -como legítimo otro- no como verdugo ni malhechor, para poder soltarlo y así, ser libre de la atadura en la que se está preso e inmovilizado, pareciera ser el camino que conduce al perdón como experiencia liberadora. ¿Es nuestro reto entonces, trascender nuestra  condición egoica para avanzar a un estadio más profundo de conciencia y espiritualidad para disfrutar del beneficio de perdonar?



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