"Tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder. En efecto, siempre que está en nuestro poder el hacer, lo está también el no hacer, y siempre que está en nuestro poder el no, lo está el si, de modo que si está en nuestro poder el obrar cuando es bello, lo estará también cuando es vergonzoso, y si está en nuestro poder el no obrar cuando es bello, lo estará, asimismo para no obrar cuando es vergonzoso" (Aristóteles, Etica para Nicómaco).
Ante la pregunta ¿Por qué es tan difícil cambiar? vale la pena darle un vistazo al papel que el cerebro y la química del mismo tienen en nuestra vida. Para comprendernos integralmente, debemos tener presente que los pensamientos, estados emocionales y la manifestación de ellos en el cuerpo humano, están mediados por relaciones neuroquímicas que los impactan. Pensamiento, emoción y cuerpo, son partes de una unidad, con funciones específicas, pero íntimamente relacionadas. Nuestro cuerpo memoriza emociones que evoca el pensamiento. Subyace a esta relación, la paradójica condición humana de sentirnos maravillosamente un día y terriblemente mal el otro, o el contraste entre la generosidad de los seres humanos y la enorme crueldad de que se es capaz. Pareciera entonces connatural a nuestra condición humana pender de estas polaridades o paradojas, que tienen su ascendencia en la admirable capacidad de razonamiento humano y en su perpetuo pánico por los actos irracionales que pasan por nuestra mente. Con el fin de dar elementos de análisis a esta paradoja, me referiré aquí solamente de manera muy superficial a las complejidades neurofisiologícas de la madeja de neuronas maravillosamente conectadas entre sí, pero que conservan su individualidad y me respaldaré en tan intrincado tema en algunas consideraciones que hace Joe Dispenza, en su libro "Breaking the Habit of Being Yourself". Dedica en el buen tiempo para hablar del poder del pensamiento y su incidencia en la retroalimentación circular de emociones que se descargan en nuestro cuerpo. Haré referencia a los pensamientos de temor que reposan en los anaqueles de nuestra mente, como un ejemplo entre los tantos que hacen parte de nuestro inventario. Lo que pensamos, no cae en el vacío. Cada vez que pensamos se presentan en el cerebro una serie de reacciones bioquímicas, que el cerebro envía al cuerpo como mensajeras de los pensamientos. Para el propósito que nos ocupa dice Dispenza, "consideremos los neurotransmisores como mensajeros químicos procedentes sobre todo del cerebro y de la mente, los neuropéptidos como señaladores químicos que tienden un puente entre el cerebro y el cuerpo para hacernos sentir de acuerdo a nuestros pensamientos, y las hormonas como sustancias químicas relacionadas con los sentimientos en el cuerpo". Por ejemplo, cuando asaltan los temores entran en juego estos tres factores. En primer lugar, vienen pensamientos que recrean el temor, generado inicialmente por situaciones reales o imaginarias que consideramos amenazantes para nuestro bienestar. El cerebro moviliza unos neurotransmisores que activan una red neuronal que a su vez crea y recrea imágenes de temor en la mente. Dichas sustancias químicas hacen que nuestro cuerpo ya en alerta actúe en consecuencia, experimentando sudoración, taquicardia, temblores, etc, que anticipan catástrofes terribles que hacen que se vivan como si ya fueran un hecho. Lo anterior de manera muy simple, busca ilustrar como nuestros pensamientos tienen que ver con nuestro estado de ánimo y como nuestro estado de ánimo está mediado por una serie de procesos neuroquímicos, que van creando una especie de huellas digitales que se imprimen en nuestro cuerpo y contribuyen a que ese estado emocional se habitúe a vivir con nosotros, lo que dificulta liberarnos de el. Cuando decimos que cambiar no es fácil, vale la pena considerar como la dificultad ante el cambio de hábitos de pensamiento tiene una parte en estos procesos. Lo que pensamos tiene que ver con nuestra mente y nuestro cerebro y lo que sentimos tiene que ver con nuestro cuerpo. El temor se memoriza con los sentimientos y pensamientos recurrentes. Al pensar en una experiencia con una pesada carga emocional se activan en el cerebro las mismas secuencias y estructuras del pasado, y al activarse estas redes, se consolidan cada vez más. ¿Qué hacer entonces a este respecto? Echarle ojo a los pensamientos. Pueden ser, o buenos aliados o insoportable compañía. Ya se ha dicho, los pensamientos no caen en saco roto, tienen toda una repercusión bien sea positiva o negativa en nuestra actividad cerebral que afecta todo nuestro organismo y por ende, nuestro estado de ánimo y forma de ser. Mantener el foco de nuestra atención en la experiencia inmediata del presente requiere que prestemos atención a lo que nos pasa y está pasando, en lugar de ser conducidos por el piloto automático. No es un ejercicio fácil, máxime cuando se ha creado el hábito y no se es dueño del timón. Los expertos en atención plena o plena conciencia (mindfulness) señalan la importancia de que seamos conscientes de lo que está ocurriendo en el presente inmediato, a saber, en el aquí y en el ahora, que seamos capaces de detectar cuáles son las vivencias emocionales de ese momento presente, es decir, cómo se viven esas experiencias. Siguiendo con el ejemplo, ponerle la cara al miedo, aceptarlo como antesala para perderle el miedo al miedo. Es a través de la persistencia que puede desarrollarse esa capacidad universal básica de los seres humanos que se fundamenta en la posibilidad que tenemos para poder ser conscientes de los contenidos de nuestra mente instante a instante. Dicho se manera sencilla, es la práctica de la autoconciencia a través de la concentración mental, es decir, de no perder el foco.Para el monje Budista Gunaratana, requiere esfuerzo y energía. Para él: "El cultivo de la atención plena exige un esfuerzo muy suave y delicado, que consiste en recordarnos de continuo la necesidad de cobrar conciencia de todo lo que ocurre aquí y ahora. El único secreto radica en la perseverancia y la suavidad. El cultivo de la atención plena se cultiva regresando amablemente una y otra vez al estado de atención." Y añade el monje,"requiere al menos de tres elementos: no enjuiciamiento, aceptación y compasión". Una práctica que contribuye a aliviar el sufrimiento innecesario de nuestro día a día, y mejorar la convivencia, a través del dominio de las emociones negativas, en la medida que lentamente se logren erradicar los pensamientos que las originan, reducir su parloteo mental agobiante, para darle cabida a procesos neuroquímicos que permitan memorizar experiencias más placenteras.
Ante la pregunta ¿Por qué es tan difícil cambiar? vale la pena darle un vistazo al papel que el cerebro y la química del mismo tienen en nuestra vida. Para comprendernos integralmente, debemos tener presente que los pensamientos, estados emocionales y la manifestación de ellos en el cuerpo humano, están mediados por relaciones neuroquímicas que los impactan. Pensamiento, emoción y cuerpo, son partes de una unidad, con funciones específicas, pero íntimamente relacionadas. Nuestro cuerpo memoriza emociones que evoca el pensamiento. Subyace a esta relación, la paradójica condición humana de sentirnos maravillosamente un día y terriblemente mal el otro, o el contraste entre la generosidad de los seres humanos y la enorme crueldad de que se es capaz. Pareciera entonces connatural a nuestra condición humana pender de estas polaridades o paradojas, que tienen su ascendencia en la admirable capacidad de razonamiento humano y en su perpetuo pánico por los actos irracionales que pasan por nuestra mente. Con el fin de dar elementos de análisis a esta paradoja, me referiré aquí solamente de manera muy superficial a las complejidades neurofisiologícas de la madeja de neuronas maravillosamente conectadas entre sí, pero que conservan su individualidad y me respaldaré en tan intrincado tema en algunas consideraciones que hace Joe Dispenza, en su libro "Breaking the Habit of Being Yourself". Dedica en el buen tiempo para hablar del poder del pensamiento y su incidencia en la retroalimentación circular de emociones que se descargan en nuestro cuerpo. Haré referencia a los pensamientos de temor que reposan en los anaqueles de nuestra mente, como un ejemplo entre los tantos que hacen parte de nuestro inventario. Lo que pensamos, no cae en el vacío. Cada vez que pensamos se presentan en el cerebro una serie de reacciones bioquímicas, que el cerebro envía al cuerpo como mensajeras de los pensamientos. Para el propósito que nos ocupa dice Dispenza, "consideremos los neurotransmisores como mensajeros químicos procedentes sobre todo del cerebro y de la mente, los neuropéptidos como señaladores químicos que tienden un puente entre el cerebro y el cuerpo para hacernos sentir de acuerdo a nuestros pensamientos, y las hormonas como sustancias químicas relacionadas con los sentimientos en el cuerpo". Por ejemplo, cuando asaltan los temores entran en juego estos tres factores. En primer lugar, vienen pensamientos que recrean el temor, generado inicialmente por situaciones reales o imaginarias que consideramos amenazantes para nuestro bienestar. El cerebro moviliza unos neurotransmisores que activan una red neuronal que a su vez crea y recrea imágenes de temor en la mente. Dichas sustancias químicas hacen que nuestro cuerpo ya en alerta actúe en consecuencia, experimentando sudoración, taquicardia, temblores, etc, que anticipan catástrofes terribles que hacen que se vivan como si ya fueran un hecho. Lo anterior de manera muy simple, busca ilustrar como nuestros pensamientos tienen que ver con nuestro estado de ánimo y como nuestro estado de ánimo está mediado por una serie de procesos neuroquímicos, que van creando una especie de huellas digitales que se imprimen en nuestro cuerpo y contribuyen a que ese estado emocional se habitúe a vivir con nosotros, lo que dificulta liberarnos de el. Cuando decimos que cambiar no es fácil, vale la pena considerar como la dificultad ante el cambio de hábitos de pensamiento tiene una parte en estos procesos. Lo que pensamos tiene que ver con nuestra mente y nuestro cerebro y lo que sentimos tiene que ver con nuestro cuerpo. El temor se memoriza con los sentimientos y pensamientos recurrentes. Al pensar en una experiencia con una pesada carga emocional se activan en el cerebro las mismas secuencias y estructuras del pasado, y al activarse estas redes, se consolidan cada vez más. ¿Qué hacer entonces a este respecto? Echarle ojo a los pensamientos. Pueden ser, o buenos aliados o insoportable compañía. Ya se ha dicho, los pensamientos no caen en saco roto, tienen toda una repercusión bien sea positiva o negativa en nuestra actividad cerebral que afecta todo nuestro organismo y por ende, nuestro estado de ánimo y forma de ser. Mantener el foco de nuestra atención en la experiencia inmediata del presente requiere que prestemos atención a lo que nos pasa y está pasando, en lugar de ser conducidos por el piloto automático. No es un ejercicio fácil, máxime cuando se ha creado el hábito y no se es dueño del timón. Los expertos en atención plena o plena conciencia (mindfulness) señalan la importancia de que seamos conscientes de lo que está ocurriendo en el presente inmediato, a saber, en el aquí y en el ahora, que seamos capaces de detectar cuáles son las vivencias emocionales de ese momento presente, es decir, cómo se viven esas experiencias. Siguiendo con el ejemplo, ponerle la cara al miedo, aceptarlo como antesala para perderle el miedo al miedo. Es a través de la persistencia que puede desarrollarse esa capacidad universal básica de los seres humanos que se fundamenta en la posibilidad que tenemos para poder ser conscientes de los contenidos de nuestra mente instante a instante. Dicho se manera sencilla, es la práctica de la autoconciencia a través de la concentración mental, es decir, de no perder el foco.Para el monje Budista Gunaratana, requiere esfuerzo y energía. Para él: "El cultivo de la atención plena exige un esfuerzo muy suave y delicado, que consiste en recordarnos de continuo la necesidad de cobrar conciencia de todo lo que ocurre aquí y ahora. El único secreto radica en la perseverancia y la suavidad. El cultivo de la atención plena se cultiva regresando amablemente una y otra vez al estado de atención." Y añade el monje,"requiere al menos de tres elementos: no enjuiciamiento, aceptación y compasión". Una práctica que contribuye a aliviar el sufrimiento innecesario de nuestro día a día, y mejorar la convivencia, a través del dominio de las emociones negativas, en la medida que lentamente se logren erradicar los pensamientos que las originan, reducir su parloteo mental agobiante, para darle cabida a procesos neuroquímicos que permitan memorizar experiencias más placenteras.
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